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miércoles, 9 de marzo de 2011

Como sobrevivir al cotidiano malhumor argentino

Nada funciona bien. El bondi pasa de largo. El taxi sale carísimo. Una señora se cuela en la fila. El próximo bondi viene repleto. Hay corte y desvío en Retiro. Piquete, estruendos. Una cuadra, una hora. Buenos Aires esta hecha un infierno: ¡qué malhumor!
Hay que irse del país. Esto no tiene solución. Los políticos no sirven para nada. No hay valores. Y, según muchas mujeres, ¡ya ni hombres quedan! Vamos para atrás. Hasta el tiempo está cada vez peor. Ya no sólo mata la humedad, ahora hasta los mosquitos son mortales.
Hay malhumor en las calles por veredas rotas, por dueños de perros que a la vista de todos dejan que sus animales decoren la cuadra y luego tiran altivos de la cuerda como para que sus artistas no se contaminen con la obra.
Hay malhumor en la cola para pagar servicios porque cajeras y clientes se afilian al desgano y el maltrato, porque algunos intentan sacar ventaja en unas filas inentendibles, porque hay 30 grados y ni un solo ventilador.
Hay malhumor en la guardia médica donde cada paciente considera su urgencia lo más urgente y a lo largo de eternas esperas no hay un criterio de prioridad de atención ni alguien que asuma la responsabilidad de responder a las inquietudes básicas de enfermos doloridos.
Tampoco en el aeropuerto hay alguien que responda por los retrasos o las cancelaciones.
Hay malhumor en el tráfico de avenidas donde unos autos se tiran encima de otros, no se respetan las señales y se agrede al que va a una velocidad normal, prudente.
Hay malhumor en la tele, no se sabe bien por qué, pero todos gritan, protestan, exigen.
Hay malhumor en la esfera política donde unos y otros se hablan como enemigos, no se escuchan y agregan a sus oraciones la cuota de agresividad y de soberbia que inyecta el malhumor.
Hay malhumor en las familias porque no hay plata, no hay tiempo, no hay ánimo y abundan los problemas.
Que se vayan todos. Total, ¿para qué?. Qué va a haber futuro si ni presente hay. Esto es un caos. Nos explotan, nos exprimen. Nos tienen hartos.
¿Cómo inmunizarse frente a la queja constante y extendida? ¿Cómo mantener la esperanza en un ambiente tan contaminado por el pesimismo? ¿Cómo rescatar el aliento que se hunde en un mar de presagios apocalípticos? ¿Y cómo hacerlo sin caer en la hipocresía, el falso optimismo o una visión naíf de la realidad?
Hay razones válidas para la queja. Y muchas. Bien valen una protesta malhumorada y en voz alta. Pero cuando la frecuencia del quejido aumenta hasta convertirlo en constante, más vale pensar en alguna solución en lugar de contaminar el ambiente con nuevas razones para el malhumor.
El malhumor es tóxico, cero constructivo, frustrante. Desproporciona los juicios, las palabras, los gestos. Nubla la razón, destapa y alienta las miserias. Se parece a un aguijón que, cargado de veneno, sólo se complace cuando logra inyectarlo.
Abrirse y detenerse a observar realidades ajenas es una herramienta eficaz contra el malhumor. No es consuelo de tontos, es una virtud de los que aspiran a vivir bien. Es ser capaz de salirse de la visión egocéntrica del mundo para tener una visión realista del alrededor. Y no para convertirse en la Madre Teresa -¡quién pudiera!-, sino por lo menos para sumar a otros a la balanza imaginaria que justifica las broncas y permitir que haya un peso diferente al propio antes de emitir un quejido.
No se trata de pintarse una sonrisa, hacer chistes o cegarse ante los problemas sino más bien de evitar la rabia prolongada, el encono, la resistencia a aceptar la realidad cuando no se puede cambiar. Mirar al otro ayuda a poner en perspectiva nuestros problemas, ver el cuadro grande y reconocer de modo más exacto la dimensión de nuestro padecimiento.
Hoy el malhumor se suele solucionar con pastillas, con shopping, con caprichos o alcohol.
Hay ayudas más baratas, menos efímeras y más constructivas, como el encuentro con amigos, los buenos aromas, las buenas vistas, las películas, los libros.
Y otra fundamental: procurar celebrar más. Festejar todo lo posible alegra y contagia, genera bienestar propio y ajeno. Y no esperar a un gran acontecimiento, sino celebrar esa alegría chica que se cuela en la vida un martes cualquiera; discreta, silenciosa, casi invisible. Sacarla a la superficie y lucirla como un gran Oscar a nuestro mejor yo.

Fuente: Revista LA NACION

Link: http://www.lanacion.com.ar/1354956-malhumor

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